12 marzo 2015

Antesala de la muerte


Un siniestro en Veracruz dónde se derramaron más de 22 mil litros de sustancias químicas que ya cobraron la vida de más de 200 personas

Con pasos cansados, apoyada en un sucio palo de escoba, doña Juana camina entre sus plantas de anturios y confiesa que le inquieta saber si logrará ver algo de aquella justicia que ha esperado infructuosamente por 11 largos años, que indudablemente haría menos indignos sus padecimientos.

Como la señora Juana, entre 213 y 300 personas hoy fallecidas sabían que su destino dependería de aquel viernes, cuando estalló la fábrica de plaguicidas Agricultura Nacional de Veracruz, SA (Anaversa). El siniestro se tradujo en el derrame de 22 mil litros de sustancias químicas y plaguicidas como fenolciacético, fosfuro de zinc, de exacloruro de benzeno alfa, lindano, malatión y BHC. Es decir, un coctel mortíferos.

Los estragos
En la mente de los habitantes de Córdoba pervive una imagen estremecedora: el resplandor de aquel mediodía cedió ante una nube cegadora de polvo y humo blanco, que después se tornó verdosa y naranja. Antes de eso, la única visión que tuvieron quienes vivían en un perímetro de 12 colonias a la redonda, fue la de un hongo tóxico -parecido al de Hiroshima-- de 40 metros de diámetro.

Al principio, a Juanita le costó trabajo comprender que aquella imagen tuviera una relación directa con su nuevo cuerpo y su cada vez más reducida expectativa de vida. Al año del siniestro descubrió un tumor en su pecho que le fue extirpado tras una serie de adversidades y gastos que enfrentó sola. Luego estuvo a punto de perder la dentadura y recientemente "empezaron los problemas más serios; me falla la vista, soy hipertensa, soy propensa a la cirrosis, estoy mal del hígado, tengo várices en el esófago, gastritis erosiva que me ocasiona vómitos y evacuaciones descontroladas, y anemia", dice.

A sus 70 años de edad y para superar el cuadro anterior doña Juana requiere tres donaciones de sangre bimestrales, y la verdad es que tanto su pensión como la venta de sus anturios no alcanzan para estas transfusiones, que cuestan mil 500 pesos cada una.

Los casos de cáncer comenzaron a surgir en 1993 en lo que se llama aparición temprana, debido a que antes del incendio los pobladores de Córdoba estuvieron expuestos a la incineración clandestina de los desechos tóxicos que se hacían por las noches durante 25 años consecutivos.

La contaminación
En su investigación epidemiológica, el doctor De León ha observado que de mil 500 casos, 47 por ciento ha resultado afectado directamente por la inhalación de los tóxicos; también asegura que de cada 21 mujeres embarazadas en el primer trimestre de 1991 y de 1992, 20 por ciento tuvo hijos con malformaciones congénitas, cuando se supone que una cifra aceptable es de una o dos malformaciones en diez mil nacidos vivos.

Otro grupo afectado fue el de los bomberos, rescatistas y voluntarios, de los cuales un número importante ha fallecido. Cinco bomberos perdieron la vida a un año y medio del incendio, cuando antes no tenían ninguna complicación grave de salud. Durante su intervención en el siniestro no contaron con el equipo necesario.

José Luis Martínez Arreola, de 68 años de edad y 47 de servicio como bombero, aún se estremece al recordar los nombres de sus compañeros caídos debido al silencioso coctel asesino de sustancias tóxicas, a las que estuvieron expuestos aquel viernes 3 de mayo: el subteniente Angel Barrientos Salas; los tenientes Guadalupe Barrientos Salas y Mario Rojas Alvarez; los capitanes Fernando T. Moreno y Moisés Portilla Fonseca.

Según el capitán, el cuerpo de bomberos desconocía los químicos que manejaban en esa compañía, suponía que ahí los envasaban, pero no que los fabricaban. Revisa sus recortes de periódico y recuerda la preocupación que les aquejaba a él y a sus compañeros por el riesgo de que un tanque de combustible estallara en cualquier momento, mientras ellos luchaban por mantenerlo lejos de las llamas que devoraron la fábrica. "En cualquier momento pudo explotar -narra-, nosotros dimos todo lo que pudimos y aun así fuimos condenados por la comunidad." 

Las muertes de los bomberos y los centenares de afectados han quedado en una cifra fría para el recuento de los hechos, pero los sobrevivientes no se resignan a ello y piden justicia. 

A una década del incendio, el silencio ha prevalecido entre las filas de los altos funcionarios que entonces debieron hacer frente al siniestro y sus consecuencias, entre ellos: el gobernador del estado de Veracruz, Dante Delgado Ranauro; el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue), Patricio Chirinos -que después sería gobernador del estado-; el secretario de Salud, Jesús Kumate, y el presidente municipal de Córdoba, Bernardo Cessa Camacho.

Fuente Revista Contralínea Octubre 2002: http://www.contralinea.com.mx/c7/html/sociedad/antesala.html 

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